MÚSICA Festival Starlite
FRANCIS MÁRMOL Marbella
Actualizado: 02/08/2014 20:55 horas
Habría que descerrajarse alrededor de diez tequilas (¿rebajados con agua?) como los que se dedicó Alejandro Fernández anoche en pleno escenario de la Starlite para quizá escribir en su idioma tal balacera de sensaciones. El cantante desparramó anoche cerca de treinta canciones, impecables en su interpretación, en una borrachera musical de dos horas y media, digna de un fin de gira colosal en España. Un atracón de baladas, boleros y rancheras que por momentos hicieron temer por su integridad, dado el fervor fememino que despierta y que se tradujo en decenas de chicas y mujeres acercándose continuamente a su musculado ídolo.
Éstas trataban de tocarlo, sobarlo, piropearlo o incluso hacerse fotos con él mientras cantaba y no perdía el tono. Como si se tratara de una imagen mariana. Perdiendo, a una determinada hora, toda la compostura marbellí. En esta peregrinación desaforada hubo ramos de flores, en los que, a uno de ellos, correspondió con la moña de su traje de charro (una tradición), una bolsita de Viceroy, ¿le regalarían un reloj?, un muñequito de goma con forma de mariachi y toda clase de piropos y proposiciones irreproducibles quizá en esta crónica. Él también se dejaba, consciente de que las mujeres lo han entronizado tanto como a un dios azteca.
Llegado el final por rancheras, eclosionó todo ese ardor fanático. La cosa se desbarró cerca del escenario donde hubo tiras y aflojas con algún vigilante de seguridad, que para sumar autenticidad a la estampa de parranda cien por cien mexicana, recibió un sopapo de una mujer entradita en años que se abalanzaba sobre el mariachi Fernández. Regalándonos la escenita que nos hemos cansado de ver en el cine que ocurren en las cantinas de un western fronterizo.
Pero fue sólo otra pincelada de autenticidad. Porque los menos de la fila nueve aprovechaban los vivas a España y México del cantante para arrimarse diplomáticamente a la vieja colonia, y sacarle en el pasillo un 'agarrao' a las bravas mexicanas de la fila de delante. Una especie de corrido que el español bailó como un torpe pasadoble y ella río pisoteada como sarcástica mestiza. Todo eso se dio en el concierto de Alejandro Fernández, el hombre que vende discos como rosquillas.
Fue el momento más caliente de la noche porque el mexicano dedicó la primera parte de su repertorio a reivindicarse, con excesivos decibelios, como nuevo rey de la templada balada latina, con unos videoclips para el lucimiento personal de fondo de escenario y tres coristas bien curvadas pero poco sueltas en sus movimientos. Mención aparte merecen sus dos alineaciones de músicos y de mariachis. No había más que mirarles sus caras aceitunas para adivinarles las miles de horas de carretera secundaria y el mucho empeño ganado a sus instrumentos en escenarios menos aptos para el arte.
Hijo de todos los infortunios del amor posible, Fernández dejó plasmadas sus cuitas en 'Me dediqué a perderte', 'Se me va la voz', 'Te voy a perder', 'No sé olvidar' o 'Qué voy a hacer'. Quintaesencia de telenovela. Endulzado todo hasta ser no apto para diabéticos. Pese a ello, 'El Potrillo' suavizaba tanto desastre con una sonrisa digna del mejor anuncio de dentífrico y a la vez lo revolvía de dolor con una mirada turbia propia de forajido desengañado de la vida. No vano cuenta con cinco hijos ya en su haber y dos ex parejas oficiales de cuarentón herido.
Vestido de charro se terminó de ganar al acompañante masculino del respetable. Ahí hizo gala de su vieja tradición familiar de ranchero y de conocedor del tuétano musical del Jalisco hondo que representa. Aquí ya había ganado, con el atuendo tradicional al torero de la grada. Un Fran Rivera, presente en el concierto, que entregó los trastos, valga la metáfora, desde uno de los palcos mientras su mujer, como las del resto, clamaban por sacar a hombros a este otro torerazo.
Fuente: El Mundo Es
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